lunes, 26 de enero de 2015

Nueva fase de la guerra de Donbass

Como era de esperar tras la negativa ucraniana y europea a iniciar un verdadero proceso de diálogo, la intensidad de la batalla, y con ello el número de víctimas, tanto civiles como militares, ha aumentado de forma dramática en Donbass esta última semana. Tras la toma del aeropuerto, la milicia de la República Popular de Donetsk anunciaba una ofensiva para alejar a las tropas ucranianas de la ciudad de Donetsk y también de la castigadísima Gorlovka. Y tras esa derrota en el aeropuerto, las tropas
ucranianas, que ven amenazada su posición en Debaltsevo, vuelven a exigir medidas para volver al proceso de paz iniciado en Minsk. Todo ello tras la negativa a celebrar un encuentro del Grupo de Contacto Trilateral en Astana o a reunirse con los representantes de las Repúblicas Populares y tras lanzar una ofensiva días después de que el ministro de exteriores Pavlo Klimkin exigiera, junto a los ministros de exteriores de Alemania, Francia y Rusia, un alto el fuego inmediato.

Durante meses, el Gobierno ucraniano ha tratado de explotar dos estrategias, compaginando la denuncia de constantes invasiones rusas con la retórica de lucha contra el terrorismo. Como el propio presidente demostró en su entrevista a France24, pasando de una a otra ante la confusión del periodista, aún no ha conseguido encontrar un discurso coherente, pero no va a dejar de intentarlo. Porque la invasión rusa ha supuesto para Ucrania un buen número de apoyos, medallas estadounidenses para los soldados ucranianos heridos, sanciones contra Rusia y un ambiente belicista que no se recordaba en Europa desde tiempos de la guerra fría. La estrategia ha ayudado en la labor de propaganda, pero como dijo Poroshenko en su discurso ante el Congreso de Estados Unidos el pasado año, cuando el alto el fuego pactado en Minsk llevaba ya semanas en vigor, las gafas de visión nocturna y las mantas no ganan esta guerra.

Durante meses, el Gobierno ucraniano no ha relajado la retórica belicista, ni ha dejado de calificar de terroristas a los líderes de las Repúblicas Populares, en un gesto que pudiera buscar tan solo reforzar la retórica nacionalista en un momento en que la situación económica del país podría llevar a protestas, caos o a ese tercer Maidan con el que a menudo amenaza la extrema derecha. Pero al acompañar esa retórica nacionalista y belicista con rearme, nuevas movilizaciones, envío de miles de soldados al frente y exigencia de ayuda militar al extranjero, Poroshenko y su Gobierno prueban que no solo se trata de buscar la unidad del país, esa que alegan pero saben inexistente, sino de prepararse para la que debiera ser la ofensiva final.

Shaun Walker, periodista de The Guardian, mencionaba recientemente que, a pesar de haber visitado la zona en numerosas ocasiones en los últimos meses, seguía sin comprender cómo la situación había escalado hasta tal límite. A punto de cumplirse un año de la victoria de Maidan, no deja de sorprender que el Gobierno ucraniano optara por la guerra en lugar de por la negociación política cuando las regiones exigieron autonomía y derechos lingüísticos. Pero tras ocho meses de bombardeos, ofensivas y un completo desinterés ucraniano por dialogar con los representantes de las regiones, a los que prefiere seguir calificando como terroristas, pese a que esto dificulta aún más el diálogo, una solución no militar al conflicto parece cada vez más alejada.

La presentación de la guerra como un conflicto entre Rusia y Ucrania (entre civilización y barbarie según el Gobierno ucraniano) ha hecho que toda afirmación o noticia de procedencia rusa fuera inmediatamente calificada de propaganda, lo que ha dificultado aún más la comprensión de un conflicto que había desaparecido de las noticias durante semanas, un conflicto que incluso muchos representantes políticos parecen no querer comprender.

Quizá, si la prensa hubiera hecho su trabajo de seguir lo que sucedía sobre el terreno, muchos no se habrían sorprendido al ver la derrota ucraniana en agosto o al ver que, tras la firma del acuerdo de tregua, el mapa de situación ofrecido por el Ejército Ucraniano comenzaba a parecerse cada vez más al que desde había semanas había presentado el bando rebelde. No, los rebeldes no avanzaron la diferencia en tiempos de paz, fue el bando ucraniano el que se vio obligado a admitir la realidad, adecuando esos mapas que presentaba a la prensa según la situación real, no a su propaganda. Algo similar ha ocurrido en el aeropuerto de Donetsk. Durante prácticamente una semana, la prensa occidental se ha negado a aceptar como prueba los numerosos vídeos que probaban que las tropas ucranianas ya no controlaban ni la torre de control ni la nueva terminal, los últimos bastiones ucranianos en la zona. La nacionalidad de quienes producían los vídeos o de los canales que los emitían lo impedían.

Mientras tanto, las autoridades europeas y estadounidenses, que dieron vía libre cuando, en abril, debieron evitar que Kiev buscara una solución militar a un problema político, exigen a Rusia que cumpla los acuerdos de Minsk. Lo hacen tras los sucesos de los que culpan a los rebeldes, como el ataque con Grads sobre Mariupol el sábado, o tras la muerte de 15 civiles en Donetsk esta semana, incidente en el que se niegan a ver culpa ucraniana pese a producirse en una ciudad que durante meses sufre bombardeos de artillería ucranianos a diario.

Más de 1.500 personas han muerto en Donbass desde la firma del Protocolo de Minsk, al que tanto la Unión Europea como el presidente Poroshenko apelan cuando sus tropas no tienen el éxito previsto. El domingo 18 de enero, Andreiy Lysenko, portavoz de lo que Ucrania sigue llamando operación antiterrorista, argumentaba que la ofensiva lanzada por las tropas ucranianas contra toda posición conocida de los separatistas no violaba el alto el fuego de Minsk. Ucrania trataba de recuperar así las posiciones perdidas en el aeropuerto antes de que la prensa tuviera que admitir la retirada de ese aeropuerto que las tropas ucranianas habían defendido durante más de 200 días. Al día siguiente, la prensa occidental en masa daba la noticia de que las tropas ucranianas habían recuperado las posiciones que nunca habían admitido como perdidas.

Los últimos días ofrecen suficientes ejemplos para demostrar la falta de profesionalidad de la prensa occidental en este conflicto, que refleja también la falta de interés por mostrar, de forma equilibrada, la realidad de la guerra en Ucrania. Los seis días que la prensa generalista tardó en admitir que el aeropuerto de Donetsk había caído en manos rebeldes, a pesar de los vídeos y fotografías que lo demostraban desde hacía días, son otra prueba más del descrédito de la prensa occidental, que ahora ve el sufrimiento de los civiles en la guerra en Mariupol cuando ha evitado verlo en Gorlovka, Pervomaisk o Donetsk esta misma semana. La prensa occidental, que ignoró completamente el durísimo bombardeo de Gorlovka en verano, ese que dejó algunas de las imágenes más duras de esta guerra e inspiró una de las primeras entradas de este blog, exige ahora medidas, no para buscar una solución dialogada a la guerra, sino para presionar a Rusia.

Tras la derrota en el aeropuerto y las dificultades para recuperar un territorio en el que el presidente Poroshenko no esperaba afrontar tanta resistencia (como presidente electo Poroshenko auguró que la operación antiterrorista acabaría en horas, no semanas), Ucrania busca volver a Minsk, algo que Rusia lleva semanas exigiendo. Porque Minsk era para Moscú la forma en la que devolver a Donbass a Ucrania como territorio con cierta autonomía, una entidad propia dentro de la soberanía ucraniana, una solución que debería haber sido aceptable para Ucrania. Pero en lugar de buscar un camino dialogado para que Donetsk y Lugansk volvieran a izar las banderas ucranianas junto a las de las Repúblicas Populares, Ucrania suspendió salarios y beneficios sociales e instauró unos controles de frontera para los que hoy es preciso un permiso. Con ello Ucrania deja claro que no busca un compromiso sino un modelo de Estado impuesto desde Kiev sin buscar el compromiso con las regiones. Solo la rendición de los rebeldes, presionados por Rusia o por un levantamiento popular que no se ha producido, o la solución militar garantizan el éxito ucraniano en este afán. En lo militar, Ucrania ha luchado durante meses para mantener el control del aeropuerto de Donetsk cuando, como afirmaban estos días periodistas occidentales como Max Seddon de Buzzfeed, correspondía, según los acuerdos, a la RPD.

Decía ayer Human Rights Watch que no han de usarse sistemas no guiados como los habituales Grads en zonas urbanas, culpando a los rebeldes del ataque del sábado en Mariupol. Inusualmente rápida en sus conclusiones, la OSCE culpaba también a la RPD. Aunque siguiendo la lógica de Amnistía Internacional, incluso en ese supuesto caso, ambas partes habrían de compartir la culpa, ya que como ha afirmado recientemente la organización, la culpa recae también sobre quien dispara desde las ciudades.

Es evidente que los Grads o la artillería no deberían dispararse contra zonas pobladas, como lleva ocurriendo desde que las tropas ucranianas tomaran posiciones en el monte de Karachun y comenzaran a disparar indiscriminadamente contra Slavyansk. Y es igual de evidente que no habría que enviar tanques, blindados y artillería para acabar con una población cuya única exigencia era la de autonomía y derechos lingüísticos. Y mientras tanto, la reunión urgente que Federica Mogherini anunciaba tras los sucesos de Mariupol, se retrasa al jueves. En la guerra y en la política, todo parece ser relativo.

1 comentario:

  1. CUADO POROSHENKO PIDA AYUDA A SOLDADOS EXTRANJEROS,SEAN DE OTAN USAS ETC..NOSOTROS PEDIREMOS AYUDA A RUSIA..ASI QUE NO SE CREAN..EL PUEBLO LIBERTARIO NO SE DEJAR DOMINAR POR LOS FASCISTAS CHOCOLATEROS..

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